
Eso ocurrió en el mismo año del triunfo de la Revolución, a los pocos meses de casarme, cuando todavía había que pasar en balsa de Camagüey a Sancti Espíritu por un lugar que se llama Río Sasa. Entonces yo cogí ese día, me levanté temprano, me arreglé, que todavía me acuerdo que me puse un vestidito carmelita que yo tenía reservado pá ocasiones así especiales, y me fui pá Trinidad. Un día entero me pasé allí, tó un día solita, caminado de aquí pá allá, mareada de dar vueltas, casi sin comer ni beber, contándole la misma historia a unos y a otros, rogándole a aquellos señores:
-Mire, por favor, me llamo Odilia G. y venía a que me dieran mi documento.
-Lo siento señora G. pero no se lo podemos dar.
-Pero es que yo quiero seguir trabajando y aquí en el Escambray no, no, ya no puedo.
-Mire señora, ya le digo que no se puede, que no es que nosotros no queramos, es que no se puede.
-Pero es que yo tengo que trabajar allá porque donde yo vivo ahora es allá –porque yo ya tenía mi casa y todo aquí en el campo, donde vivían los padres de Jorge, en un lugar que le dicen Santa Isabel de Trocones que queda por ahí por la finca de Celia Sánchez.
-Que le he dicho que no y es que no, así que váyase usted ahora mismo por donde ha venido si no quiere que…
Y me echaron pá la calle. Yo claro, al oír aquello me puse muy mal y les empecé a decir de todo porque cuando eso yo era muy violenta y no me callaba con nada ni con nadie. Ahora ya con los años, que parece que la van amansando a una, ya estoy más pasiva pero antes… ¡Uy, antes! Antes, cuando joven, yo me ponía rabiosa cuando me pasaba una cosa de ésas, violenta, violenta. Entonces… ¡Imagínate! Al ver que no me querían dar el documento aquel, que me negaban el traslado, que por eso es que yo no tengo el título de maestra ni tengo diploma ni tengo ná porque los diplomas ésos de los alfabetizadores por los que tú me preguntas los empezaron a dar mucho después, pues yo me puse muy brava. Y ya ahí me empecé a mortificar y a mortificar hasta que a los dos o tres días, o quizás un poco más, que ya ni me acuerdo porque ni acordarme quiero de aquello, empecé a sentir unos dolores así muy fuertes. Yo al principio creía que aquello, en mi estado, era normal y no quise decírselo a nadie pá no preocuparlos, tú sabes. Pero aquello no se iba, y los dolores eran cada vez más fuertes, hasta que una noche mi esposo se dio cuenta y claro, al verme así tan mal, que casi me muero y no la cuento, se levantó corriendo de la cama, cogió el carretón y se fue a llamar a un médico que vivía entonces por allá. Todavía me acuerdo como si fuera hoy. Fue al amanecer, yo estaba de tres meses y, según me contaron luego, era hembra. Sí, una hembra como yo quería.