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No, no, yo no lo conocí allí. Al contrario, él conoció esos grupos por mí, porque él era alcohólico, alcohólico, pero alcohólico que… ¡Vaya! Cuando yo lo conocí no sabía ni dónde estaba de pie. Bueno, fíjate que él hacía el amor y acabaíto de hacerlo, me decía: “¿Y te hiciste la chiva con tontera otra vez? Yo voy a ver hasta cuándo es esto”. Y yo le decía: “¡Alfredo!”. “No, no. No me vayas a decir que sí porque hace tantos meses que tú no…”. “¡Alfredo! –le decía yo–. Tú estás mal, deja la bebida porque tú estás muy mal”. Bueno, ya eso costaba que yo me fajaba con él. ¿Tú sabes lo que es que acabaíta de tener contacto sexual te dijera que hasta cuándo tú lo ibas a tener así? Pá él hacía un siglo que no lo hacíamos porque ya, ya, ya tenía el cerebro intoxicao con el alcohol mi amor. Sí, porque la droga y el alcohol te intoxican el cerebro de una manera que llega un momento que hay hasta pérdida de la memoria y todo, pá que tú lo sepas, porque eso es una enfermedad. Yo antes decía que era descaro y cuando me fajaba con él, le cogía los pomos de “Chispas”, que es alcohol colao de ése que hacen aquí por la calle, y se los botaba y él se ponía a llorar y a llorar pero… Claro, yo no conocía todavía estos grupos y no había concientizado que de verdad eso era una enfermedad. Entonces, al empezar a visitar los grupos esos concienticé que el alcoholismo no es más que una neurosis refugiada en el alcohol. Yo por ejemplo no soy alcohólica, pero ¿tú sabes por qué? Porque a mí no hay problema, por grave que sea, que me lleve a beber, porque no me gusta ni su sabor ni sus efectos. Pero si a mí me gustara la bebida, yo viviera y muriera borracha ¿me entiendes? Porque ¿quién no tiene problemas como pá decir “déjame tomarme cuatro tragos pá olvidarme de lo que me está pasando?” Cualquiera lo hace, y sin embargo yo no lo he hecho porque no me gusta ni su sabor ni sus efectos, pero no porque motivos no me hayan faltado. Y es lo que yo le decía: “Tienes que tener fuerza de voluntad y decir: “Yo soy un hombre y a mí la bebida no me puede dominar ni los problemas se resuelven borracho”. Y tienes que hacerlo porque si no te voy a dejar”. Mil dos veces yo me separé de él. Días, semanas, un mes o más, pero no lo dejaba del todo porque yo todos los días le caía atrás, me paraba en las esquinas sin que él me viese, lo vigilaba por dondequiera que iba porque tenía miedo que lo mataran porque… No te vayas a creer, a él una vez lo asaltaron por la calle dos tipos con una chaveta que por poco lo matan. Se lo quitaron todo, hasta un anillito que yo le había dado de compromiso, y se me apareció aquí en calzoncillos. Entonces… ¡Imagínate! Entre los problemas míos y el verlo así, eso me ponía mal porque lo que a ti te gusta, a ti duele verlo deteriorado así de esa manera, que se estaba depauperando por día… Un hombre que es lindísimo porque no es porque sea mi marido, pero es hombre que no es mal parecido y joven además, que tó el mundo me decía: “¡Ay, Miriam, qué lástima! ¡Qué lástima más grande! M’hija, tú estás luchando en vano. Eso no tiene cura. Eso no tiene cura”. Digo: “¡Ehhh! Tiene cura o le doy una entrá de cabilla que se le quita la borrachera y más nunca se pone una botella en la boca. Algo va a pasar aquí pero yo lo tengo que sacar de la borrachera”, y al final… ¿Cómo? No, no tengo ninguna foto de él, pero a ver si un día de éstos vienen conmigo al grupo y lo ven.

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