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¿Qué tú quieres m’hija? ¿Qué es lo que estás cogiendo? ¡Ah! La tira. Que se le ha caído la tira. Toma, aquí la tienes, cógela corazón mío ¿Viste qué fácil? Sí, ella es feliz así aunque yo no sé cómo no le duele el cuello porque ella se pasa horas y horas así. ¡No, Velquis! ¡Ahí no! ¡En el oído no! Eso, eso juega con él pero en el oído no. Es que, tú sabes, lo tiene malo desde hace días y yo ya se lo limpié esta mañana con agua hervida y vinagre pero no sé, parece que le duele o que le pica o… qué sé yo porque como ella nunca dice nada pues… ¡Uy, no sabes tú cuánto! Muy difícil, sí, todo es difícil en esta vida, y encima yo tengo que hacer la mitad de médico y enfermera con ella también no te vayas a creer que… después de todo yo no sé cómo yo… pero... bueno, me atreví a tener otro muchacho más porque… “Miren, el problema de los niños así es que nunca se sabe cuándo van a… Así que ustedes, ahora que todavía son jóvenes, deberían tener otro hijo más”. Y por eso fue que tuvimos a Jorgito, porque él nos lo dijo, porque nos lo recomendó el médico de ella, el que me la estuvo viendo hasta la edad de once años, que teníamos que ir todos los meses hasta La Habana pá hacerle pruebas, chequeos médicos y todo eso, que entonces le inyectaban unas vacunas muy fuertes pá que tuviera estabilidad en el cerebro porque ella era así, tú la llamabas y ella en vez de hacer así, hacía así, no se movía. Bueno, con decirte que ella no aprendió a caminar hasta los siete años… Hasta entonces, ella siempre estuvo sentada en un balance, que cuando yo la veía así, decía: “Ay, Dios mío, ayúdeme a tener fuerzas pá que siempre pueda llevarla y traerla con mis brazos y no tenerla en una silla de ruedas”. Eso le pedí yo al Señor, que me concediera eso por lo menos porque yo no quería tenerla así toda la vida y, gracias a Dios, yo nunca he tenido que poner a mi hija en una silla de esas, que ahora fueron a darme una, que vinieron aquí pá decirme que comprase todas las vestiduras y eso que el policlínico me iba a regalar una pero… “No, no. Si yo no quiero. Si yo no necesito ninguna silla de ruedas porque mientras ella pueda tener los brazos de su padre y de su madre, no le hace falta más ná”. “¡Ah! ¿Qué no le la necesita?” –me dijeron y se fueron medio bravos. Pero… es que a mí nunca me ha ayudado nadie. ¡NUNCA! ¡JAMÁS! Que hasta los medicamentos se los he tenido que comprar yo siempre, que me cuestan noventa y pico pesos tó los meses, porque se los quitaron cuando sólo tenía nueve meses porque decían que en la casa había otro sueldo y… Y ahora van a venir aquí ellos ¿a qué? ¡No, m’hijo no! Si a ella nunca me la ha atendido nadie de asistencia social. ¡NADIE! Y yo he ido a todos los lugares que me han dicho que debo ir pero… ¿Pá qué? Pá ná, porque ni siquiera cuando era chiquita me la quisieron poner en la escuela especial esa que había pá niños así porque decían que como ella no avisaba cuando iba a hacer caca ni ná de eso, no me la admitieron tampoco allá. Bueno, fíjate como son que hace unos años vinieron aquí a la casa a hacer un levantamiento médico y me dijeron: “Mire, el colchón de la niña es muy duro, es de relleno y, como usted sabrá, los niños que tienen problemas así deben descansar en un colchón que sea de muelles”. Sí pero… ¿y quién me daba el dinero para comprárselo? ¿Ellos? ¡Qué va! Ellos ná más que vienen aquí a chismear, a decir que si esto, que si lo otro y ya, pero luego, a la hora de la verdad, quien le cambió el colchón fue su hermano, que gracias a él es que… No, no, no. Si tú supieras la de cosas... Si yo me pusiera ahora a hacer un diario de todas las cosas que yo he tenido que pasar con mi hija… ¡Ay, muchacha! Tendría un libro así de gordo.

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