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Mira, esto fue el primer año de mi hijo. Mira el papá ahí. Sí, sí, si él quería mucho a su papá y lo sigue queriendo igual pero mira, éste, éste de aquí fue más papá que él. Míralo qué viejito estaba ya ahí, pero siempre fue tan salsoso y zalamero que… ¿Que por qué? Pues muy fácil, porque date cuenta que él lo dejó con dos años. Lo dejó, mira, con esa edad. ¿Podrá acordarse de él? Imposible. Él ná más que sabe de su voz porque lo oye por teléfono. Y sin embargo, él adora a su papá, llora por él y cuando me escucha a mí decir cualquier cosa, me dice: “No, no, no. Hazme el favor. Cállate la boca que estás hablando de mi papá”, y lo defiende como gato boca arriba. Pero en el fondo… ¡Mentira! Mentira porque él no se crió con él, así que no le puede tener ese gran cariño. Él lo reconoce como padre, lo identifica como tal, pero en el fondo él sabe que su papá fue éste que ustedes ven aquí, su abuelo, mi papá, porque cuando él nació mi hermano era todavía muy chiquito, o sea, que aunque son tío y sobrino, son como hermanos de crianza ¿tú me entiendes? Bueno, fíjate que Ernesto viene aquí y él no me llama “mamá”, me dice “Miriam” porque él a mí no me ve como su mamá, pá él su mamá fue mi mamá, su abuela, porque ella fue la que lo chiqueó, la que lo mimó y lo crió como quien dice, aunque quien le lavaba y planchaba sus cosas era yo, quien lo bañaba era yo, quien le fregaba su cuna y sus juguetes y todo eso era yo. Ella lo que se dedicó a criarlo en el sentido de que ella era la que le buscaba su comida y se la hacía, la que le llevaba su horario de vida y cuando se enfermaba, era ella la que corría con él, la que estaba al tanto de una fiebre, de una caca floja y eso ¿no? porque como yo entonces no sabía mucho de muchachos chiquitos pues… No, no, pero yo siempre estuve aquí y lo que ella no hacía como ama de casa, como dueña y jefa de la casa porque el tiempo ese se lo dedicaba a mi hijo, entonces esas cosas las hacía yo, que era limpiar y mantener todo brilloso, que incluso yo he tenido compromisos con casas y yo he recogido mis cosas y me he ido con mi marido, pero yo a mi hijo nunca, nunca me lo llevé de aquí y venía a verlo todos los días. O sea, que te quiero decir con esto que yo he tenido siempre marido. Muchos. Tó los que me dio la gana porque no me iba a meter a monja ni me iba a quedar tampoco sola de por vida, pero mi hijo nunca tuvo padrastro ¿me copias? Y ése fue el sistema de vida que siempre llevamos aquí, que ahora es ya completamente distinto porque cuando faltan los padres, ya no es lo mismo, ya las cosas cambian. Cambian las tradiciones de familia, cambian las responsabilidades, cambia la armonía que siempre hubo, ya todo el mundo es más adulto, ya todo el mundo quiere hacer las cosas a su gusto, ya los gustos no concuerdan y por ahí vienen las broncas, los problemas, los disgustos. Y yo me he tratado de controlar un poco, de relajar las situaciones aquí con ellos, que incluso yo me he doblegado y he intentado aceptarla a ella, ya no como nuera sino como la madre de mi nieta que es, pero es que con ella no hay arreglo, que si “no me la toques, no me la cargues, no me la beses”. Y eso me jode porque yo soy su abuela, no una perra. Pero bueno, a ver qué pasa. Esas cosas hay dejárselas al tiempo y al destino porque, como dice la gente, no hay nada mejor que un día tras otro ¿no es verdad? Pues eso.

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