
Sí, él la echa mucho de menos, y ella también a él no te vayas a creer, porque ya va hacer ahora siete años que Jorgito se fue pero… Mira, yo me acuerdo que él siempre me decía: “Ay mami, yo estudié esto por tu ayuda, pá ayudarte a ti con ella” porque, ya te digo, él adora a su hermana y él siempre, desde niño, siempre estuvo a mi lado, apoyándome en todo. Fíjate que cuando a ella le daba una convulsión de aquellas y yo tenía que salir a la carretera en busca de una carro, una patrulla o lo que fuera que me pudiera llevar hasta el hospital pá que me la inyectaran, era él al que le tocaba el bolso, el que me acompañaba siempre, que me decía: “¡Ay mami! ¿Y ahora qué vamos a hacer? ¿Dónde está papi?”. Y no tenía ni cinco años cuando aquello pero claro, como él vivió todas esas cosas, pues siempre me decía eso y a mí se me partía el alma cuando lo escuchaba: “¡Ay m’hijo! ¿Por mi ayuda? No, no, tú no tienes por qué hacer eso. No trabajes y estudia que nosotros te podemos mantener”, que otros padres no hacían eso y los obligaban a trabajar. Pero yo no, yo quería que él estudiase, que Jorgito lo que de verdad quería ser era aviador. Desde chiquito él tuvo siempre esa obsesión de ser piloto, pero cuando terminó su pre y pidió esa carrera, no tuvo suerte y no se la dieron porque como sólo había tres plazas y él hacía el cuarto en el escalafón, lo dejaron fuera. Y entonces fue cuando decidió meterse en enfermería. Y estando trabajando ya ahí en el Hospital Provincial, se hizo además intensivista y luego, cuando se fue al Calixto García, se hizo también instrumentista para trabajar en el salón y eso con los cirujanos porque a él su carrera le gustaba mucho, le encanta, lo que ahora no la puede ejercer allá donde está en los Estados Unidos porque dice que le faltan unos papeles y eso, que yo tengo ahí tó esos títulos porque él al final hizo su licenciatura y todo, aunque no la pudo terminar hasta después que vino de Etiopía porque a él le tocó también cumplir misión allá como sanitario que… Sííí. ¿Cómo que no? Ay, m’hijo, si yo te contara. Mira, él se fue de aquí el día 21 de octubre de 1988 y no volvió hasta julio… no junio, 14 de junio del 90, así que imagínate lo que yo sufrí durante todo ese tiempo. Yo entonces no tenía ni teléfono pero allí en la plaza de La Habana donde vivíamos nosotros, había una gente al lao del sindicato que sí tenía uno, entonces yo iba ahí todos los días 27 de cada mes, que era el día que yo tenía pá comunicarme con él allá, y hablaba con él, que se me hacía un nudo en la garganta cuando lo escuchaba porque... Figúrate como era aquello que yo le mandaba hasta las botas que hacían aquí para las MTT que estaban forradas de tela porque las otras, las botas militares aquellas tan duras que le daban allá, le hacían daño y no podía ni caminar. ¡Ay Dios mío lo que yo sufrí mientras él estuvo allí! ¡Pero si sólo tenía veinte y dos años! ¡Si era todavía un niño! Y una madre, sabiendo que tu hijo está allá lejos y que te lo pueden matar en cualquier momento y mandártelo pá acá en una cajita de madera de ésas en la que muchos venían entonces, eso es muy duro pá una madre. Muy duro. Eso no hay palabras para explicarlo. De verdad que no. Yo pasé lo que no está escrito esos dieciocho meses que él estuvo allá porque por muy poca guerra que hubiera en Etiopía en ese tiempo, ahí la gente se la jugaba porque… Mira, yo tengo por ahí una carta, porque tó esas cartas que él me escribió estando en Etiopía yo las tengo todas guardadas, que otro día, con más tiempo, si quieres las busco y te las enseño, que él me decía: “Hay nada más que veinte y nueve muertos cubanos mami y yo no voy a tener tan mala suerte que…”. Cómo yo lloraba. No podía ni dormir porque claro, eso tú no lo sabes nunca. Tú nunca sabes cuándo te puede tocar a ti, y mucho menos en una guerra. ¡Ayyy! Lo que yo te cuente es poco y lo que yo pasé… ¡Ay! Lo que yo sufrí sólo el Señor lo sabe, de verdad que sí.