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“En El origen de la familia, la propiedad privada y el estado, Federido Engels expresaba su preocupación por el futuro de las mujeres, diciendo que tendrían que escoger entre seguir siendo amas de casa o ser obreros. No le cabía en la cabeza, y a nuestro juicio tenía razón, que la mujer pudiera llegar a abarcar las dos tareas […] Respecto al aprovechamiento social de la fuerza de trabajo, las amas de casa invierten mucho más tiempo en resolver los mismos problemas que confrontan las trabajadoras. El ama de casa sin hijos requiere el doble de tiempo que las trabajadoras para atender su casa. Las madres trabajan unas treinta horas semanales más en la casa cuando no tienen otra ocupación. ¿A qué se debe esto?  Interviene un factor sicológico muy marcado, el impulso del ama de casa a ocuparse obsesivamente del hogar, sobreprotegiendo a los hijos, descargando sobre ellos todas las fuerzas reprimidas por la división del trabajo, impulso que las lleva a prescindir de otras actividades (culturales, recreativas y políticas). […] Así, si para el neocapitalismo la creación de una conciencia social femenina es una condición de sobrevivencia, en el socialismo su radical extinción es una necesidad inaplazable para el desarrollo de la economía y la ideología proletaria […] La conciencia que requiere el proceso revolucionario de las mujeres, y especialmente de las mujeres dirigentes, es similar a la planteada por el dirigente guineano Amílcar Cabral para la pequeña burguesía (que en África parece destinada a encabezar la lucha independentista): debe suicidarse como clase a través de la lucha incorporándose al proletariado. Los pequeños productores, incluyendo las amas de casa, son clases marginales, secundarias, que carecen de la autoridad necesaria para dirigir el país. Un proceso revolucionario requiere su asimilación a las clases trabajadoras principales, que son las únicas que poseen las condiciones necesarias para oponerse al imperialismo. Así, el suicidio de clase del ama de casa, su transformación en proletaria, requiere la destrucción de todos los rasgos que caracterizaban su conciencia social en el capitalismo”.



 

Larguia y Dumoulin, “Hacia una ciencia de la liberación de la mujer” (1971)

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